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Dormir es una necesidad biológica, una actividad diaria que tiene mucho que ver con nuestro bienestar.
En la infancia, sobre todo durante el primer año de vida, es cuando ocurren los cambios más importantes en el sueño.
El recién nacido, inmaduro también en los sistemas de regulación del sueño, tiene períodos de sueño cortos, con una media de 40 minutos, que se distribuyen al azar durante el día y la noche. La alimentación, con su ritmo hambre-saciedad, es el factor externo más importante en modular el sueño en este período de la vida. En general, la duración del sueño total suele ser unas 16-18 h. en el recién nacido.
Progresivamente su cerebro va madurando y mantiene períodos de vigilia más prolongados durante el día y pasa más horas dormido por la noche.
A partir de los 6 meses establece su ritmo de vigilia-sueño con un sueño nocturno de hasta 5 horas seguidas.
Al año de vida suelen hacer una o dos siestas durante el día y duermen toda la noche con algunos despertares que coinciden con el final de los ciclos de sueño.
Cada bebé tiene un ritmo para alcanzar este patrón más estable. La mayoría se regulan sin problemas durante el primer año de vida, pero otros no y tienen frecuentes despertares nocturnos. Unos y otros entran en el rango de normalidad. Ahora bien, si el bebé cuando se despierta no es capaz de volver a dormirse solo, sin la intervención de los padres, es cuando empiezan los problemas del sueño que llevan de cabeza a las familias y son motivo de numerosas consultas.
Sabiendo por tanto que el primer año de vida es el período en el que se producen los cambios más importantes en el sueño ¿qué podemos hacer para favorecer unos buenos hábitos?.
Partimos de que cada niño/a es diferente. Lo tendremos más o menos fácil dependiendo de su madurez cerebral, su temperamento y nuestra experiencia como padres y madres. Por otro lado no olvidemos que el sueño es un fenómeno fisiológico, pero el proceso de dormirse es una conducta aprendida.
En los primeros meses se debe favorecer todo aquello que distinga el día y la noche, por ejemplo menos estímulos durante la noche, apenas luz o tomas más cortas. Empezar pronto con rutinas pre-sueño, como el baño si es relajante, un masaje, una nana o una música tranquila. Cuando esté soñoliento pero despierto, es el momento ideal para dejarlo en la cuna y que aprenda a dormirse sin la ayuda del pecho o el biberón. Tras las primeras semanas se puede usar el chupete, del que soy partidaria porque hay muchos tiempos de succión no nutritiva y es un gran aliado, además de su “efecto protector” frente al Síndrome de Muerte Súbita del Lactante.
A lo largo del primer año es aconsejable mantener la misma rutina que debe finalizar en el dormitorio, con el mismo horario para dormir. Seguiremos dejándolo soñoliento para darle la oportunidad de aprender a dormirse por sí solo. No despertarlo/a para comer y si es preciso alimentarlo/a, hay que ir progresivamente reduciendo el tiempo que se ofrece el pecho o la cantidad de leche del biberón.
¿Acunarle para dormir? Sí, siempre que no sean movimientos enérgicos porque fuerzan un estado de sueño más ligero; hay consenso en aconsejar sueño sin movimiento, es decir, antes de que se quede dormido se deja en la cuna. Se trata de que acepte la cuna como un espacio familiar nocturno. Tardará en dormirse un tiempo variable, pero no necesitan la presencia del adulto.
Cuando el bebé se despierta llorando es necesario calmarle, el que parece mejor método es el contacto suave, acariciarle. Los padres deben encontrar el método más eficaz para apaciguar a su hijo/a y utilizarlo siempre.
A partir de los 7 meses ya puede aparecer la ansiedad por separación y el bebé llorará “exigiendo» la presencia de la madre o del padre. Es ahora cuando aconsejamos dar un peluche o juguete blando seguro como compañero de cuna.
En mi experiencia hay bebés que son “todo terreno” en los que cualquier rutina es válida, otros son más difíciles a la hora de instaurar unos hábitos saludables. Pero si los padres inician el camino con seguridad y establecen rutinas que den al bebé la oportunidad de aprender a dormirse solo, la senda elegida favorecerá con más probabilidad un sueño saludable.
Dra. Isabel Rubio

Tras leer que los adolescentes de hogares con menos ingresos, pasan ante pantallas casi tres horas más al día que los de hogares de clase alta, busco más información.
Encuentro el informe que Cáritas ha publicado este año, financiado por el Ministerio de Sanidad, “Impacto de las pantallas en la vida de la adolescencia y sus familias en situación de vulnerabilidad social”.
Es una investigación a nivel nacional. La población objeto de estudio son adolescentes entre 12 y 17 años procedentes de familias en situación de vulnerabilidad social, que están cursando sus estudios de secundaria y que participan en distintos programas y proyectos de familia e infancia de Cáritas Diocesanas.
Se trata de conocer el tipo de consumo de pantallas que hacen los adolescentes y cómo estas influyen en diferentes ámbitos de su vida, especialmente en el ámbito educativo.
Saber cómo los jóvenes y las familias interactúan con las pantallas permitirá una prevención temprana de los riesgos asociados a comportamientos adictivos. Ese es el objetivo final del estudio.
Veamos algunos datos:
La práctica totalidad de la adolescencia acompañada por Cáritas, mas del 99%, tienen contacto diario con las pantallas, siendo el teléfono móvil el dispositivo central. El 96% cuentan con móvil propio y tenerlo es el pistoletazo de salida al mundo digital y virtual. Consideran el móvil una extensión de sí mismos y un compañero inseparable y vital para su día a día. La edad media de acceso a su propio dispositivo móvil se fija en los 11,4 años, WhatsApp a continuación y en redes sociales como Instagram ya han abierto perfiles a los 12,7 años. Estas aplicaciones son para mayores de 16 años.
En las Redes Sociales (RR.SS.) un 30 % están conectados a diario más de 3 horas y en los fines de semana ese porcentaje se eleva al 42%. Ellas son las que más tiempo pasan en esta actividad.
También hay diferencias en el uso de videojuegos entre chicos y chicas: siete de cada diez chicos juegan todas las semanas y el 31% todos los días. Las chicas los usan mucho menos.
Durante los fines de semana el 36,7% de lo adolescentes pasan más de seis horas diarias ante el móvil, cifra que marca el uso abusivo.
Y uno de cada cinco jóvenes está en riesgo de tener un uso adictivo. Como factores de riesgo señalan: la no realización de actividades de ocio y tiempo libre de carácter presencial, el abuso de pantallas por parte de los progenitores o la existencia de dificultades de convivencia familiar en el hogar. También observan que la adolescencia que forma parte de las familias con menos ingresos mantiene tasas de uso adictivo de Internet más altas que la de aquellas familias con niveles de renta más alta.
En cuanto a normas en la familia, cerca de la mitad de los adolescentes encuestados afirman que no tienen normas ni sobre el horario de uso (45%) ni sobre las RR. SS. que pueden o no utilizar (56%) ni de los videojuegos que usan. A su vez un tercio de ellos consideran que sus padres o madres abusan del uso de las pantallas.
¿Cómo repercute el uso y posible abuso de pantallas en el rendimiento escolar?. Para valorarlo toman dos indicadores: absentismo y número de suspensos.
El 32,7 % de adolescentes que usa más de seis horas diarias el móvil en RR.SS. y videojuegos, ha tenido episodios de absentismo escolar y el número de episodios ha sido casi el doble que el resto de adolescentes estudiados.
Casi seis de cada diez adolescentes que hacen un uso adictivo de las pantallas suspenden tres o más asignaturas.
Y un último dato: En los hogares donde ninguno de los progenitores tienen estudios obligatorios la tasa de adolescentes que consumen más de seis horas diarias en las RR. SS. es el doble que en el resto de la población estudiada.
Abrumadores los datos. ¿Redefinimos lo que significa la brecha digital?.
Dra. Isabel Rubio

En agosto, desde hace años, escribo un artículo acerca de “la cara amarga del verano”: los ahogamientos.
Y cada año vuelvo a insistir en la falta de campañas institucionales, como las de tráfico. Este verano nos sobrecogen las imágenes de los atropellos y el mensaje de que más de cien personas mueren atropelladas al año. Pues más del triple mueren cada año ahogadas y las instituciones siguen sin implicarse, aunque sea un grave problema de salud pública.
También seguimos sin un registro actualizado “oficial” de personas
ahogadas. Ha de pasar más de un año para conocerlo, cuando se publica la estadística de defunciones según la causa de muerte del I.N.E.
Según la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo, desde primeros de años han fallecido por ahogamiento en espacios acuáticos 226 personas. Y 27 son niños/as. El pasado año, aún con restricciones COVID, en la Comunidad Valenciana murieron ahogadas 50 personas.
Pero no se trata sólo de conocer el número, es importante un registro de las circunstancias en que se han producido. Así podremos abordar la prevención.
Por ejemplo, si la mayor parte de los ahogamientos infantiles se producen en piscinas privadas y el grupo de edad de más riesgo son los menores de 7 años, habrá que desarrollar estrategias preventivas de concienciación y divulgación dirigidas a madres y padres jóvenes.
Pero hay más, habrá que pedir una regulación que mejore la seguridad infantil en las piscinas si queremos disminuir el número de fallecimientos.
Desde nuestro papel de pediatras seguiremos insistiendo en que los accidentes no son accidentales, se pueden prevenir.
Algunos de los mensajes que os queremos hacer llegar forman parte de la campaña de prevención de ahogamientos infantiles OjoPequealAgua:
- Si pierdes de vista al niño, el primer lugar que tienes que mirar es la piscina.
- Bastan 27 segundos para que un niño fallezca ahogado.
- Haz de tu piscina y de su entorno un lugar libre de móvil.
- La principal característica de ahogamiento infantil es el silencio.
- Evita los juegos alrededor de los bordes de las piscinas.
- Recoge juguetes u otros elementos de flotación manteniéndolos alejados de la piscina después de su uso.
- Norma 10/20. Mirar a la piscina cada 10“ y llegar antes de 20”. O lo que es lo mismo: supervisión constante y alcanzar el agua con el brazo.
- Los niños deben pedir permiso antes de utilizar la piscina. Los niños deben saber que no pueden estar en la piscina sin la supervisión de un adulto.
- Con piscinas hinchables recuerda que tras el baño hay que vaciarla, darle la vuelta y dejarla fuera del alcance infantil.
- Sólo 10 cm de agua son suficientes para cubrir la carita del bebé. Se desequilibran, caen boca abajo y no son capaces de darse la vuelta.
- Los flotadores, manguitos y otros sistemas de flotación son eso: sistemas de flotación, no son salvavidas. ¡No protegen frente al ahogamiento!. La recomendación es el chaleco.
- Llevamos unos años con bañadores con cola de sirena y que mantienen las piernas de la niña sin movilidad. Son peligrosas porque es difícil desenvolverse en el agua con las piernas inmovilizadas.
- Enseña a los niños/as a nadar. Pero no te confíes.
- No te bañes cuando la bandera así lo indica. Lo que tú hagas hoy, ellos lo harán solos mañana.
- En el parque acuático también vigila a los peques.
- Aprende maniobras de reanimación. Ante un ahogamiento infantil cada segundo cuenta.
- Y para terminar un último mensaje con el que os deseo un feliz verano: que los menores siempre estén vigilados por un adulto y los eduquemos para que eviten las situaciones de riesgo.
- Dra. Isabel Rubio
